Andrés Vigil acude al prestamista con el que tiene contraída una deuda económica, y es testigo de una escena que habrá de marcarlo para el resto de su vida: el asesinato de dicho prestamista. Lejos de dar por terminado el compromiso, Vigil se encuentra con que ahora tiene una nueva deuda, moral y, por tanto, mucho más comprometedora, con un desconocido. Este es el original punto de partida de La Deuda, del laureado y poco conocido Felipe Hernández. A partir de ahí, de ese principio de novela negra, la trama de la obra se va enrevesando en cada capítulo, con continuos e inesperados puntos de giro que zarandean al kafkiano protagonista en su particular descenso al infierno, mientras el mundo, su mundo, se desmorona alrededor (¿les suena?), como esa carcoma que va devorando la madera desde dentro, lenta pero inexorable, arrastrando al lector en su espiral descendente hacia el vórtice del alma humana, pues, aparte de sus guiños al absurdo y a la novela de terror, La Deuda es precisamente eso: una novela sobre el alma humana, sobre las complejas relaciones que se entretejen entre las personas: dependencia, sumisión, humillación, poder , con el intercambio ocasional de papeles entre deudor y acreedor; en su incesante afán por poseer bienes materiales, y que hacen al ser humano sentirse como en perpetua deuda.