Introducción
Prefacio
Capítulo 1
El Yo Histórico
Amistad y lealtad
Traición
El leal y el liberal
Obligaciones del Yo histórico
Sentidos divergentes de la lealtad
Capítulo 2
Tres dimensiones de la lealtad
La lealtad del amor
Lealtad grupal
Lealtad a los dioses y a Dios
Capítulo 3
Lealtad mínima: «no me traicionarás»
La historia de la traición
Crímenes del corazón
¿Quién deber ser leal y por qué?
Pluralismo y lealtad
Capítulo 4
Lealtad máxima: Tú y yo seremos uno
Patriotismo
Juramentos de lealtad
Ritual e idolatría
Lealtad sexual
Capítulo 5
La lealtad como privacidad
Privilegios testimoniales
Maternidad subrogada
Regalos y herencia
El ejercicio libre de la Religión
Capítulo 6
La enseñanza de la lealtad
El «caso del velo» en las escuelas de Francia
De la neutralidad al respeto de las diferencias
El dictamen Barnette
Relectura del caso Barnette en los años 60
¿Otra lectura errónea?
Capítulo 7
Derechos, deberes y banderas
El problema del castigo criminal
Los argumentos en contra de la protección penal de la bandera
Tres estrategias para proteger la bandera
Capítulo 8
Lealtad ilustrada
Lealtad a la lealtad
Lealtades superiores e inferiores
Círculos secantes
Cuando prevalece la Justicia
Cuando la imparcialidad moral prevalece
Utopismo kantiano
Pureza utilitaria
Moralidad imparcial: las máximas derivadas
¿La palabra final?
Los argumentos centrales de este libro han requerido de un largo proceso de maduración. Si se me hubiese preguntado acerca del tema de la lealtad hace unos diez años, sin duda hubiese reaccionado como muchos de mis amigos liberales de hoy en día. Hubiese identificado el patriotismo con los fanáticos que se daban golpes de pecho y que amenazaban a mi generación con consignas como "América, Love it or Leave it". Hubiese pensado, hace diez años, que, en las escuelas, el juramento a la bandera era equivalente a las oraciones religiosas -una clara violación a la neutralidad que fundamenta al pluralismo estadounidense. Como mínimo, yo habría asimilado la moralidad de la lealtad con la retórica del fanatismo anticomunista, el macartismo, y con todos los excesos que definían a los enemigos del pensamiento libre en mis años Normativos. No tengo muy claro si es que he cambiado de opinión o es que una década de avaricia (como Bárbara Ehrenreich ha rotulado a los años ochenta) simplemente me han puesto más al tanto de la importancia ética de los compromisos hacia aquellos con quienes comparto un destino común. En retrospectiva, el discurso inaugural de John Fitzgerald Kennedy en 1961 -"No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país"- suena claramente a una apelación a nuestra lealtad nacional. Es una apelación a la responsabilidad que se compenetra mucho mejor con mis sentimientos que la ética del interés personal que domina las obsesiones diarias acerca de los impuestos o de otros problemas. \