El poeta y pintor Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, 1927 Zaragoza, 2005) hizo cientos, miles de dibujos sobre toda clase de papeles y papelitos. Empezó muy joven, siguiendo el ejemplo de Lorca. Dibujaba todo el tiempo, con cualquier cosa que tuviera a mano, sobre manteles y servilletas de papel, en billetes de tren y metro, en las blondas de los pasteles, en las etiquetas del té. Josefa, su mujer, ha atesorado durante años cada uno de estos dibujos; los ha recogido, los ha pegado con mimo en hojas y cuadernos y los ha guardado en cajas de todos los tamaños. A pesar de su aparente insignificancia, Josefa siempre los ha considerado como una parte inseparable del poeta y un testimonio muy valioso del tiempo compartido.
Este libro, que tiene como paisaje de fondo el pueblo donde ambos jugaron de niños, acoge una pequeña pero muy reconocible muestra de los dibujos.
