Fátima de los naufragios la llamaban. La loca de la playa, la mendiga africana. Es la Macarena de los Moros, la madre que perdió a su hijo y aún
le espera y reza por él, con las manos cubiertas por el manto e inmóvil, como si oyera los mensajes del mar, dialogase con él y aguardase a que
el mar escuchara algún día su plegaria. Las gentes del pueblo, que rezan a Fátima para que proteja a los suyos, creen que un día, cansada de
esperar, entrará en las aguas para rescatar del fondo del mar los cuerpos de los ahogados.
En otro de los relatos, el Chano, proxeneta de tres al cuarto, vive prendado de Marcelinda, su prostituta africana, por la que tiembla cada vez
que se le acerca un cliente con ganas de poseer su piel de ébano. Marcelinda, que escapó del hambre y el miedo, se ha enamorado hasta la
muerte de el Chano, el único hombre que nunca le ha hecho promesas imposibles.
Son historias unidas por el común denominador de la angustiosa soledad de sus protagonistas, que en su bús