En esta nouvelle del S. XIX, una mujer vuela los límites del sexo, como si fueran los techos de una casa. Pero esa casa es un palacio. A la condesa Gamiani, lo habitual no le resulta suficiente: quiere lo extravagante, es decir, lo prohibido. Y de lo prohibido, la condesa Gamiani quiere más: no conoce la moderación ni la medida. De este doble desvío nace la condición bifronte de Gamiani, su cataclísmica naturaleza anfibia. Gamiani se quema en su propio incendio. Es la epifanía del instante absoluto y el tormento de la autodestrucción.
Alfred de Musset escribe en secreto un trío sexual sin una sola palabra soez, bajo los auspicios de una desaforada irresistible. Y el narrador se proyecta en su trío, como bestia sin freno, voyeur y víctima sacrificial. Esta nouvelle es una sobredosis, el metro adicional que mata al maratonista, la cumbre a la que se llega pero muerto. Y sin embargo, nadie está más vivo que Gamiani ni más feliz que sus cómplices en el exceso.
Léase este libro como un tributo clandestino de Alfred de Musset a George Sand, su breve y demoledora amante veneciana. Como una apuesta cumplida en dos noches de absenta y alucinación, una transmutación de la pulsión carnal en escritura, después de haber perdido. Alfred de Musset ya había perdido lo que amaba cuando escribió este libro. Y ese amor había sido un auténtico escándalo. Quizá escribir de verdad sea escribir después, siempre después, en la estela de un insoportable resplandor.
