En 2016 sucedía algo impensable: Donald Trump se alzaba con lapresidencia de Estados Unidos. El candidato del Partido Republicanollegaba al Despacho Oval gracias a un equipo de personajes sinescrúpulos que utilizaría el espionaje masivo, el potencial de lasredes sociales y las cloacas de internet para convencer a unelectorado golpeado por la crisis económica y la falta deexpectativas.
Casi al mismo tiempo, un enigmático cibernautaque respondía al nombre en clave de «Q» comenzó a difundir laexistencia de una gran conspiración orquestada por los demócratas para socavar los planes del nuevo líder. Entre los millares de seguidoresde aquel «ciudadano anónimo» se dan la mano conspiracionistas de todotipo, desde defensores del terraplanismo a negacionistas delcoronavirus, de milicianos de extrema derecha a telepredicadores,agoreros y ex militares. Las proclamas de aquel «patriota en lasombra» y otros miembros de la «derecha alternativa», y lasdeclaraciones de un Trump que no aceptó la derrota en las siguientespresidenciales, crearon un estado de crispación que desembocó en elasalto al Capitolio en enero de