MATOSO, MADALENA / MINHOS MARTINS, ISABEL
Soy esquimal. Donde vivo no hay campos ni árboles ni flores. A mi alrededor se extiende una llanura infinita, vacía y muy blanca. El agua del mar se ha helado. Todos los inviernos pasa lo mismo; por eso mi mar no es azul, sino blanco. Me gusta recorrer la llanura en mi trineo azul. Avanzo a toda velocidad, dejando detrás una señal blanca. Miro, y mis ojos solo ven blanco. Lo gracioso es que los esquimales tenemos los ojos negros. Con estos ojos consigo ver mil tonos de blanco. Tan distintos como son para vosotros...
Los niños que crecen en la selva aprenden a distinguir los colores del cielo y de los árboles, hasta lograr ver cosas que nosotros desconocemos. Lo mismo les ocurre a los niños esquimales. Sus ojos negros, desde que nacen, se acostumbran a diferenciar el blanco de los osos, el del hielo, el de las nubes, el del mar. Y no importa lo que se alejen de su tierra, siempre tendrán ese don de distinguir en el desierto blanco el peligro blanco, la alegría blanca, la sorpresa blanca.