Hemos dicho que no todos los poetas nacieron para hacer sonetos. Solo algunos, como Luis Ramos de la Torre, se atreven a una empresa compleja en su discurso. Y algunos, como él, hacen un remate que se confunde con los mejores sonetistas de todos los tiempos. Porque, si no todos los poetas pueden escribir un soneto, no todos los sonetistas pueden entrar en el territorio de los clásicos. Y aquí tenemos a un escritor que ha traspasado la línea perdurable. Un libro como tratado de vida, como manual para desorientados e indecisos. Un libro de celebrada claridad, un libro de poemas contra la tiniebla, porque, como nos advirtió Elena Santiago, en el título de una gran novela, La oscuridad somos nosotros.
Mientras pueda decir sin confundirme
una sola verdad y que esta sea
una norma, una ley, una marea
de luz con que guiarme y donde asirme.
Mientras pueda escribir y lo que afirme
ayude en algo al otro que me lea,
entregaré sin miedo a quien me crea
parte de lo que busco al exigirme
claridad y sentido en lo que escribo
o en todo lo que admiro y lo que leo
en los grandes autores esenciales.
Quiero sentir con esto que percibo,
algo del fuego aquel que Prometeo
robó a los dioses para los mortales.