En una campaña comercial para vender chocolates, el esclavo cardíaco de las estrellas olvida el purismo y escribe casi en prosa uno de los poemas más grandes de todos los tiempos. Con pausas y pulsiones aceleradas, Álvaro de Campos, sí, Pessoa, sí, Fernando, en su audacia menos benevolente, desgarra todas las capas del mundo, todas las grietas soñadas, todo el dolor cósmico y ordinario desde la ventana en un mundo que no termina de habitar. La tabaquería es indiscutible naturaleza muerta y los hombres que cruzan sus puertas en pasadizos rituales comparten su materialidad polvorienta.