Alí se nutre de lo que hoy asuela a la sociedad y nos lo devuelve con una crudeza tal que no queremos contemplar.
Nos acerca al microscopio y allí aparecemos desnudos. Todos los Alís son incómodos. De ver. De tratar.
De soportar. Nos hacen removernos en la silla mientras los vemos. Nos dejan delante una bomba de relojería y se van a una tienda a comprar los ingredientes que luego cuecen a fuego lento, macerándolos. Como su odio. Es que ser árabe en Madrid es un fracaso.