El mundo conoció sus proezas cuando el automovilismo todavía era un deporte de supervivencia. Rudolf Caracciola era corredor por vocación, por instinto, porque todo su ser le obligaba a ello. En su autobiografía, escrita en 1958, rememora los magníficos días del deporte del motor, cuando triunfos y derrotas, rivalidad y camaradería, amor y tragedia corrían de la mano en los circuitos.