En su aleteo sobre un polígono industrial, un ángel avista una silla roja, desarbolada, que destella en la grisura del extrarradio urbano y cuya chillona presencia exaltaría la desolación del paraje si no fuera por la bulliciosa irrupción de unas meretrices expulsadas de la ciudad, desterradas del ámbito jurisdiccional reservado para el decoro, encabezadas por una mujer que se ha unido porque quiso a la procesión, una mujer distinta, «mujer pública inmortal / prostituta divina, eterna moza», la Señora, quien a lo largo de la velada tendrá sus más y sus menos con un mancebo.
Sirviéndose de excusa narrativa tan insólita y poco inocente, deslizando el foco sobre el grupo de prostitutas, la Señora, el mancebo, unos basureros que hacen la recogida nocturna o la silla roja, alternando perspectivas que discurren entre lo divino y lo humano y el miserable asiento y abren paso a una pluralidad de sentidos o a un escurridizo sinsentido lleno de significados y vencejos, cornejas, petirrojos y golondrinas, Domingo Caballero nos ofrece en Una silla roja un texto donde los juegos de lenguaje, las recurrencias fónicas y léxicas, el ritmo, las alusiones mitológicas, los hallazgos expresivos, las observaciones agudas, el humor, el absurdo y un virtuoso manejo de recursos literarios dan cuerpo a un extenso poema que constituye una propuesta gozosa, original e irreverente, una afortunada vuelta de tuerca en esa poética singular que ha venido caracterizando sus obras anteriores.
