Leyendo a Alvaro Cunqueiro todo se resuelve en
viajar, pues él es amable guía, propicio siempre a conducirnos por los
inabarcables territorios de su sabiduría e imaginación. «Viajamos con nuestras
imaginaciones y recuerdos», escribe, «y lo que vamos creando o soñando son
memorias y nostalgias. Quizá sea verdad que el fin último de toda cultura es la
invención y la melancolía.» Si así fuera, tendríamos que reconocer en Cunqueiro
al hombre culto por excelencia, incomparable en el arte de fundir un insólito
caudal de conocimientos a un talante cordial y humanístico, que hace de sus
artículos piezas ejemplares de precisión y amenidad.
El viaje
entendido como recorrido de la fantasía, el viaje entendido como experiencia
intelectual, cobra en el gran polígrafo gallego una envergadura extrovertida,
deliciosamente extravagante, y ello sin caer nunca en la erudición, pues, como
el propio Cunqueiro escribe, «yo no soy un erudito, por eso pido perdón si
alguna vez me encuentran co