Entender el silencio de un niño, la actividad lúdica casi inexistente, la marcha con características particulares, la mirada que no mira, o que mira y acompaña la sensación de no estar, en ocasiones los gritos, la rigidez en la conducta de alimentación, la tendencia a la conducta repetitiva, entre muchos otros síntomas, nos impone a los terapeutas la necesidad de contar con herramientas sólidas en el marco conceptual y en el uso de instrumentos de valoración