La alimentación humana es una necesidad biológica, pero hemos sabido convertirla también en un placer, un elemento cultural de primera magnitud. Antiguamente la gente se moría de hambre; aún hoy existen demasiados seres humanos que pasan hambre y sed en el Tercer Mundo. Pero al mismo tiempo en los países ricos nos estamos e nfrentando a una nueva epidemia: la de las enfermedades producidas por comer. Por comer mucho y por comer mal. El colesterol, la sal, el azúcar y las grasas se han convertido en enemigos de la salud. La comida basura y las dietas disparatadas provocan desarreglos metabólicos que conducen a la enfermedad y, en casos extremos, a la muerte. Ante semejante panorama de amenazas sin cuento por el simple hecho de alimentarnos no es raro que tengamos la tentación de exclamar, parodiando a Neruda, ¡Confieso que he comido!. Y de reconocer que nos gusta comer, y que eso no impide que aprendamos a comer bien, sin excesos y de forma saludable.